jueves, 17 de marzo de 2011

La retórica ANTIFETAL (El leguaje de Odio Favorito de Estados Unidos)


Cuando queremos desacreditar a cualquier persona le inventamos vituperios ofensivos, con el afán de no darle crédito para poder aprovecharnos de ellas, o simplemente de quitarle su valor ante la sociedad para en aras de los demás darle alguna utilidad ÉTICA O NO ÉTICA.

Aquí la propuesta del Dr. Brennan en cuanto al Feto, dispuesto en los Cuadernos de Bioética 40, 4º 1999. EDCN ELECTRONICA

William Brennan
Profesor de la School of Social Service de la Universidad de St. Louis, EE.UU.

De niños cantábamos: «Palos y piedras pueden romperme los huesos pero los insultos jamás me dolerán». Nos equivocábamos. Las palabras violentas preparan el terreno a los hechos violentos. El insulto es un componente indispensable de todos los niveles de opresión, desde la discriminación hasta la completa aniquilación, pasando por la segregación y la esclavitud.
La aniquilación iniciada por el caso Roe v. Wade -el asesinato legal y en gran escala de los humanos antes de nacer- persiste sin mengua. Son numerosas las explicaciones propuestas para este trágico estado de cosas: el materialismo furibundo, la revolución sexual, una cultura narcisista, un penetrante sentido de alienación, la falta de valores morales, el ocaso de la religión, una cultura de la muerte invasiva y una élite de medios de comunicación obligada al establecimiento del aborto. Es probable que todas ellas desempeñen un papel al mantener el caso Roe v. Wade como la ley del país. Pero el insulto -el lenguaje degradante- constituye un punto clave del éxito de esta guerra contemporánea contra el nonato.
Personas perceptivas y reflexivas, de dentro y fuera de movimientos multiculturales y pluralistas de hoy día, han despertado la conciencia pública hacia el impacto del lenguaje tóxico sobre una amplia gama de individuos y grupos vulnerables. Una de las nomenclaturas que más odio inducen y mayor violencia provocan construida jamás es la invectiva creada para justificar el asesinato de los humanos nonatos.
Gran parte de la terminología antifetal pretende tildar al nonato de insignificante: meras células, materia, tejido o sustancia indeterminada. La escritora feminista Naomi Wolf coloca dichos términos bajo la rúbrica de «el feto no significa nada», una retórica elaborada por feministas de la segunda ola, quienes -afirma Wolf- reaccionaron ante «la deshumanización de las mujeres deshumanizando a las criaturas de su interior».
Aparte de este léxico de trivialización, existe todo un aparato de expresiones degradantes utilizadas para pintar un retrato absolutamente malévolo de la vida humana antes del nacimiento: criatura parásita, enfermedad virulenta, parte del cuerpo infectada y pernicioso producto de desecho. Feministas, médicos y científicos destacados representan asiduamente a los nonatos como criaturas parásitas. Rosalind Pollack Petchesky sostiene que «el feto es un parásito» porque no sólo no aporta nada a la mujer, sino que consume nutrientes, sangre y energía. Rachel Conrad Wahlberg calumnia al nonato como un ser «parasitario», «del todo subhumano» y «canibalesco» que «se alimenta del cuerpo materno». Según el doctor abortista Warren Hern, la relación entre la mujer embarazada y el feto «puede entenderse mejor como la existente entre anfitrión y gorrón». Partiendo de aquí, define el aborto como un «mecanismo de defensa» contra la «invasión local» y acompañada de «efectos deletéreos del gorrón». El fallecido divulgador científico Carl Sagan consideraba al nonato «una especie de parásito» que «destruye el tejido» y «absorbe sangre de los vasos capilares».
Las caracterizaciones de Petchesky figuran en Abortion and Woman's Choice, un libro editado por la Northeastern University Press; las de Wahlberg, en la publicación New Women/New Church (septiembre-octubre de 1987), y las de Hern, en Abortion Practice, editado por J.B. Lippincott. La caricatura de Sagan puede hallarse no en un diario cualquiera, sino en el suplemento dominical Parade Magazine (22 abril 1990), de gran difusión.
Estas imágenes temibles y amenazantes dan muestras de estar cada vez más enraizadas en nuestra sociedad. Comparten, asimismo, una notable afinidad con el lenguaje despectivo empleado contra algunas de las víctimas más denostadas de la historia: personas en épocas anteriores consideradas prescindibles. La antepasada de la liberación femenina Simone de Beauvoir llamó al ama de casa «un parásito que succiona la fuerza vital de otro organismo»; Hitler vilipendió reiteradamente a los judíos como «el típico parásito» y «una verdadera sanguijuela»; Lenin y Stalin tildaron a los agricultores independientes de «kulaks parasitarios» que «chupan la sangre a los trabajadores»; algunos esclavistas de EE UU contemplaban a los afroamericanos como una raza «esencialmente parasitaria» que necesitaba de la esclavitud para sobrevivir.
Se ha producido un movimiento para convertir en dogma médico las definiciones del embarazo como enfermedad y el nonato como infección. En 1976, el doctor Willard Cates y colegas de los centros de salud presentaron ante el Planned Parenthood Physicians of America una ponencia titulada 'El aborto como tratamiento del embarazo no deseado: la enfermedad de transmisión sexual número dos'. Cates aseguró a su auditorio que «el aborto es diez veces más eficaz» para el tratamiento de la «afección de transmisión sexual» del embarazo no deseado «que la penicilina para el tratamiento de la gonorrea». Varios años después, Joseph Fletcher, el fundador de la ética de situación, declaraba: «Cuando no se desea, el embarazo constituye una enfermedad; en realidad, una enfermedad venérea». El doctor Alan Guttmacher, una luminaria del Planned Parenthood, equiparó el aborto a «operar del apéndice o extirpar un intestino gangrenoso».
Estas malévolas metáforas se construyen para dotar al asesinato con la respetabilidad que impone la medicina ordinaria. No es otra cosa que la medicalización de la destrucción, por la cual las intervenciones letales se califican de procedimientos médicos y sus víctimas son definidas como enfermedades. En Auschwitz, el doctor Joseph Mengele denominó la asfixia mediante gas de los internados «la lucha intensiva contra la propagación de la infección», y el doctor Fritz Klein comparó el exterminio de los judíos con extirpar «un apéndice gangrenoso de un cuerpo enfermo». Lenin describió a quienes se apartaron de la ortodoxia marxista-leninista como «enfermedades peligrosas», «epidemias» y «abscesos» que contaminaban el organismo del partido. La American Colonization Society , partidaria de hacer regresar a los negros a Africa, caracterizó a los afroamericanos como «un contagio».
La relegación de los humanos por nacer no deseados al fétido nivel de «desechos», «desperdicios» y «basura» constituye otra forma de representar al nonato como materia repulsiva y potencialmente peligrosa de la que hay que deshacerse con inmediatez. Esta modalidad de denigración se considera particularmente apropiada, puesto que los cuerpos desmembrados de los abortos comparten a menudo el mismo destino final que los auténticos productos de desecho: la incineración. Un informe forense emitido en 1982 determinó que el hallazgo de 16.500 cuerpos abortados en las afueras de Los Angeles, dentro de un contenedor metálico, no implicaba «pruebas de muerte violenta» sino que significaba sólo «el vertido de residuos médicos». El doctor Martti Kekomaki, investigador fetal finlandés, racionalizó la recogida de órganos fetales con la afirmación de que «un bebé abortado es sólo basura... sólo desperdicios». Lewis Lapham, director de Harper's , adució una razón idéntica al propugnar la utilización de tejido cerebral fetal para el tratamiento de los enfermos de Alzheimer: «Estamos hablando de un producto de desecho; todos los días se desechan miles de fetos».
También los nazis recogieron cuanto pudieron de los judíos, a quienes sus semantistas apodaron «basura», «porquería» y «desechos»; después se deshicieron de ellos en hornos crematorios. Tras visitar el gueto de Varsovia en 1939, el ministro de propaganda nazi Joseph Goebbels comunicó a Hitler: «El judío es un producto de desecho». En la Unión Soviética, durante el proceso de la gran purga de 1938, el fiscal Andrei Vishinski llamó a quienes eran juzgados «un hediondo montón de basura humana». En 1681, el colono de Virginia, EE UU, William Fitzhugh se refería a los esclavos físicamente incapacitados como «los desperdicios».
Otra característica intrínseca de los términos degradantes aplicados a nuestros nonatos -aparte de su repugnante semejanza con los epítetos despectivos de tiempos pasados- es su descarada doblez. Ya en septiembre de 1970, un profético editorial de California Medicine utilizaba la frase «gimnasia semántica» para describir el fomento del aborto. El editorial no solamente reconocía «la muy considerable gimnasia semántica que se precisa para racionalizar el aborto como cualquier cosa menos arrebatar una vida humana», sino que asimismo concluía que «esta especie de subterfugio esquizofrénico es necesario» para lograr la aceptación generalizada del mismo. De modo análogo, durante una atípica incursión en el mundo de las verdades, Naomi Wolf ha admitido, de hecho, que la obsesión del movimiento feminista por «despersonalizar al feto» se cimenta en «autoengaños, embustes y evasivas» conducentes a «un endurecimiento del corazón».
El retrato vampiresco antes aludido del astrónomo Sagan -el nonato como parásito que sorbe la sangre- es absurdo. En una fase muy temprana del embarazo se establece un sistema circulatorio fetal independiente. La sangre del sistema circulatorio materno nunca se entremezcla con la del fetal, pues cada uno es individual y distinto. El humano nonato posee con frecuencia un tipo de sangre diferente al materno. Además, la relación entre la madre y el nonato, sorprendentemente natural y mutuamente beneficiosa, resulta indispensable para la supervivencia de la raza humana. Sagan sabía una enormidad sobre la naturaleza de las distantes estrellas, pero su comprensión del desarrollo humano dejaba mucho que desear.
Por supuesto, el proyecto de denominar al nonato una enfermedad infecciosa choca frontalmente con la realidad científica. Los espectaculares progresos en fetología, cirugía fetal y ecografía están forjando imágenes impactantes y personalizadas del pasajero del interior del útero, un individuo al que Williams Obstetrics (un libro de texto estándar de las facultades de medicina) llama «un paciente a quien debería prestarse la misma atención meticulosa, por parte del médico, que hemos prestado desde hace mucho a la mujer embarazada». Todo avance en terapia fetal cristaliza la gran contradicción existente entre la medicina terapéutica del fetólogo y la medicina exterminadora del abortista. Cada vez que un niño nonato se beneficia de un tratamiento restringido con anterioridad a quienes se hallaban fuera del útero, la luz concentrada sobre la innegable humanidad de la vida prenatal se aviva.
Uno se pregunta cuánto tiempo habrá de transcurrir antes de que la legalmente aceptada cultura del aborto -encenagada en definiciones llenas de odio, degradantes y anacrónicas del feto- ceda el paso a las percepciones que afirman la vida del nonato, originadas por la apertura de nuevas ventanas en el útero mediante ultrasonido, fetoscopia e histeroscopia. El hecho de que la tasa global de abortos sea aún de 45 a 60 millones anuales -incluso ante los avances revolucionarios de la cirugía fetal- resulta un alarmante testimonio del poder de la retórica deshumanizante.
En su ensayo clásico La política y la lengua inglesa, George Orwell advertía sobre la destrucción de nuestras mentes y de nuestra cultura mediante eufemismos y eslóganes. El mundo tiránico, de pensamientos sofocados, retratado en su novela 1984 era un lugar de retórica mendaz donde la mayor de las herejías la constituía hablar claramente. La primera defensa, y la más elemental, contra la terminología totalitaria dirigida hoy día a los humanos nonatos es, igualmente, hablar con franqueza.
Hablar con franqueza debe impugnar la atrincherada falsa retórica en dos frentes:
1. Las expresiones de escarnio han de desenmascararse como una clase de lenguaje de odio, ultrajante e insidioso, urdido para apoyar la agenda pro aborto provocando en las mujeres embarazadas el miedo y el asco hacia su vástago nonato.
2. Las denominaciones denigrantes necesitan ser desacreditadas documentando cuán fielmente repiten las formas más extremas del insulto criminal en los anales de la humanidad.
Debemos desenmascarar -para acabar con ella- la guerra dialéctica declarada contra los seres humanos que se encuentran en el útero. Aunque el cese de hostilidades verbales no detenga por si solo el asesinato del nonato, supondría un salto espectacular de cara a garantizar que nuestra definición de humanidad abarca a todas las vidas humanas, cualquiera que sea su estatus, condición o fase de desarrollo.
La encíclica magisterial de Juan Pablo II El Evangelio de la vida constituye un ejemplo de tal definición expansiva de humanidad. Sus palabras, afirmando la dignidad intrínseca y el carácter sagrado de todas las vidas humanas, en especial la de los individuos más indefensos, son la piedra angular de su programa evangélico para sustituir la cultura de la muerte por una nueva y perdurable civilización de vida y amor. «Hoy más que nunca» -insta el Papa-, necesitamos «tener el valor de mirar de frente a la verdad y de llamar a las cosas por su debido nombre».
(New Oxford Review, mayo 1999. Traducción del original: Alberto Caballero)
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William Brennan es profesor de la Escuela de Servicio Social de la Universidad de St. Louis, Missouri, EE UU. Su libro más reciente, Dehumanizing the Vulnerable: When Word Games Take Lives, publicado por la Loyola University Press, es un best-seller que se encuentra ya en su tercera edición.

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